lunes, 7 de abril de 2014

¿Me dejas que te estimule el sistema límbico?


Hace ya algunos años se descubrió algo interesante: investigadores muy aburridos llevaron a cabo un experimento consistente en acariciar ratones. ¿Ratones?, no, era broma: ¡crías de ratones!.

Concretamente, el experimento consistió en coger dos grupos de crías: al grupo A le acariciaban todos los días durante 1 hora (repartida en periodos de 5 minutos a lo largo del día), y al grupo B…no se les acercaba ni su madre. Más tarde, cuando crecieron, a ambos grupos los observaron mientras hacían cosas que todos los ratones hacen: relacionarse con otros ratones, buscar comida en sitios recónditos y explorar lugares nuevos y formas de escapar de sus jaulas para desquiciar a los investigadores (sin duda).

Pues bien, los ratones del grupo A, que habían sido acariciados de pequeños, lo hacían todo muchísimo mejor: tenían más relaciones con otros ratones, encontraban comida con mayor facilidad, y además exploraban lugares nuevos con menos reparos.

Pero como los investigadores tenían su corazón no se olvidaron de los ratones del grupo B, y aunque estaban ya creciditos también los manosearon una media de 1 hora por día de la misma manera que a las crías del grupo A. Resultado: tras 20 días de “magreo”, los antes tristes y torpes ratones del grupo B eran ahora alegres y juguetones roedores, teniendo resultado muy cercanos a sus primos del grupo A en cosas de ratones.

(Aquí el susodicho investigador)

Este experimento se llevó a cabo en humanos, y… ¿cuáles creéis que fueron los resultados?

Aún sabiendo esto…es poco probable que tú, que lees, de repente te levantes y simplemente le des un fuerte apretón de manos a alguien que tengas cerca, o la próxima vez que saludes a alguien lo hagas de una manera un tanto más acentuada, o incluso llegues a abrazar a alguien si tienes un poquito más de confianza. A pesar de lo que sabemos (toda la “ciencia de la felicidad” que manejamos…), parece que no nos atrevemos. “¿Qué pensará si le cojo la mano de repente?”, “es raro”, “¿cómo voy a abrazar a alguien así sin más?”, “eso es muy bonito pero nadie lo haría…sería raro…podría pensarse otra cosa…

Y ya, sí, tienes razón: tienes demasiada razón. Es decir, te sobra razón, literalmente, razón en exceso: ¿por qué no dejas un poco tu razón al lado?.

Es que me puedo sentir raro” o “es que eso no se suele hacer” o “nunca lo he hecho, ¿cómo lo voy a hacer justo ahora?, sin venir a cuento”…

Que sí, que ya, que sigue sin tener lógica. Es raro hacer eso porque nunca antes lo has hecho, porque no se suele hacer; claro que, al fin y al cabo, nunca nadie se atrevió a hacer algo diferente… ¿o me equivoco?.

¿Qué vas a hacer?, con todo lo ilógico y lo raro y toda esa razón que tienes (reiteramos el exceso de razón): ¿vas a marcar tú la diferencia?, ¿te atreves?.


Si tú no te atreves…nosotros lo haremos en el próximo taller…y te enseñaremos a atreverte.

José Olid