lunes, 24 de marzo de 2014

El verdadero valor del anillo

Érase una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda:

- Vengo maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, le dijo: «Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que primero debo resolver mi propio problema. Quizá después...». «Tal vez, si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar».

- E... encantado, maestro -titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y que sus necesidades se veían aplazadas.

- Bien -continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés, hasta que el joven decía lo que pedía por él. Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció unas monedas de plata, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó. ¡Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación!, así al fin podría recibir su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

- Maestro, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- Eso que has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.

- ¿Cincuenta y ocho monedas? -exclamó el joven.

- -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
  
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Una flor no dice "¡Mira mi belleza y siente mi perfume!" Sino que existe sin afirmarse a sí misma.

De la misma manera sucede con las personas. Pero ocurre que en muchas ocasiones desperdiciamos más horas tratando de gustar y conformar a los otros que en ocuparnos de nuestra propia vida. Y en esa necesidad de querer ser aceptados, nos olvidamos de que primero necesitamos respetarnos a nosotros mismos y aprobarnos para poder ser aceptados por el resto.

Auto-aceptación y respeto hacia uno mismo no significa autoexaltación, ni narcisismo, ni tampoco autopromoción; sino que se trata de tener una actitud habitual hacia uno mismo y hacia los demás, que implica la tendencia a comprender, respetar, cuidar y ayudar a desarrollar las mejores potencialidades de uno mismo y del otro.

Es cierto que todos necesitamos el respeto y la estima de los demás para poder construir nuestra autoestima. Vamos construyendo el concepto que tenemos de nosotros mismos en función de cómo creemos que nos ven los demás. Nos vemos reflejados, como en un espejo, y aprendemos a valorarnos en la medida en la que nos sentimos valorados. Pero la verdadera autoestima incondicional es aquella, que es independiente de nuestros logros o de la aprobación que obtengamos por parte de los demás.

Una estima sana no busca el reconocimiento ni la fama, ni se mueve por conveniencias, sólo está enfocada hacia una aprobación y satisfacción personal; si el resto llega, bienvenido sea, pero es libre de adulación y de aquellos que la ejercen.

¿Y tú? ¿Estás dispuesto a aceptarte?
 
Jay Prasad
(Metáfora tomada de J. Bucay - Déjame que te cuente)

jueves, 13 de marzo de 2014

La autoestima: Un arma de doble filo

Día a día nos vemos rodeados por expresiones del tipo “debes quererte”, “es imposible gustar a los demás si no te gustas a ti mismo”, “si te sientes bien contigo mismo conseguirás aquello que te propongas”, y así una larga lista de frases que nos llevan a reflexionar sobre la importancia que la autoestima tiene en nuestras vidas.

Antes de continuar, me gustaría que os tomarais unos segundos y os plantearais la siguiente cuestión: “¿Qué concepto tengo sobre mí?” o mejor dicho, “¿Qué pienso de mí mismo”?; quizás lleve tiempo responder o quizás no, pero es esencial empezar a ser consientes sobre el tipo de afirmaciones que dirigimos hacia nosotros mismos. 

Forjamos la autoestima a lo largo de la vida y cualquier comportamiento ya sea de máxima importancia o insignificante nos lleva a realizar una valoración subjetiva de la situación, y no debemos olvidar que cada persona hace una valoración diferente en función de su percepción, punto de vista, intereses y deseos.  En base a esto, imaginad en un mismo escenario a dos personas diferentes: dos trabajadores competentes y responsables que deben entregar un informe al finalizar el mes y se les pasa por alto añadir un dato importante; mientras que uno se castiga diciéndose: “Eres un idiota, no mereces el puesto que tienes”, el otro reconoce que se ha equivocado, intenta arreglar su error y no se pone etiquetas del tipo “idiota” o generaliza que es un mal trabajador ¿Creéis que la valoración que hace uno y otro tendrá mella en su autoestima, y por lo tanto en la forma de verse a sí mismo?

Nos autovaloramos si percibimos que somos capaces de realizar aquello que para nosotros es importante, si tenemos o no las competencias necesarias para obtener los resultados deseados, o bien por el éxito, afecto o aceptación que generemos al realizar determinadas tareaso en las relaciones con los demás. 

Llegados a este punto sería conveniente preguntarnos cuales son nuestras debilidades y de qué forma vamos a trabajar para acercarnos a lo que nos gustaría ser. No hay nada malo en tener defectos, ¡TODOS LOS TENEMOS! El problema está en cómo los utilizamos para hacernos daño a nosotros mismos. 

Así mismo, invito a que reflexionéis sobre aspectos de vosotros mismos con los que os sintáis sumamente satisfechos, ¡no tengáis miedo en destacar vuestras virtudes y puntos fuertes! Vivimos en una cultura en la que existe cierta ambivalencia en hablar bien sobre uno mismo, dando imagen de prepotente o fanfarrón, no dejéis que esto os impida ver y valorar vuestros logros. 

Finalmente, la autoestima no es un concepto estático, sino todo lo contrario, se trata de algo dinámico que no tiene una fecha límite para empezar a trabajar. 

Dedícate tiempo, conócete y comienza el cambio desde dentro! 

Ruxandra Vasilescu

domingo, 2 de marzo de 2014

Radio mental: ¡emitiendo las peores noticias 24 horas!


"Verás tú mañana..."

"¡Qué pocas ganas tengo de ponerme a estudiar!"


"...que ridículo hice la semana pasada..."

"Quiero hacer esto pero, ¿y si sale mal?"


"No dejo de pensar en todo lo que podría haber perdido si me hubiera equivocado..."


"¡¿Cómo voy a disfrutar de lo que tengo si lo puedo perder en cualquier momento?!"






¿Os suena de algo eso que habéis leído?; posiblemente sí, y es que al fin y al cabo todos venimos de fábrica con la misma emisora inevitablemente sintonizada (y sin posibilidad de cambiar a otra más agradable): nuestra mente.

Quizás no sepas de lo que hablo, así que me gustaría que durante unos 10 segundos simplemente dejaras de leer esto y cerrases los ojos.



Vamos, hazlo.





Quizá hayas notado a tu mente haciendo algún comentario, tal como “espero que esto me sirva”, “esto es tonto”, “¿lo estaré haciendo bien?”, o cualquier otro pensamiento. 

Si consideras que no apareció ningún pensamiento, te invito a que, antes de seguir con la lectura, recuerdes brevemente el ejercicio y compruebes si efectivamente no apareció ningún pensamiento.

Si la respuesta es “no, no pensé en nada durante el ejercicio”, entonces nota que, en este momento, estás pensando sobre el ejercicio, quizá con un pensamiento que dice algo así como “no pensé en nada durante el ejercicio”.

En cualquier caso, cuando un pensamiento o imagen aparece en nuestra mente con una fuerza tal que nos dejamos llevar por ello, es como si dejásemos de ser nosotros y, de alguna manera, sumásemos la identidad del pensamiento a lo que vamos a hacer a continuación: si voy a salir a dar una charla en público y tengo el pensamiento de "lo voy a hacer fatal", muchas veces nos dejamos llevar por ello, le hacemos caso a ese pensamiento, y actuamos como si realmente lo hiciéramos mal.

A esto lo solemos llamar "fusión", ya que literalmente nos fusionamos con aquello que pensamos.

Cuando estamos preocupados por lo que podrá ocurrir (o no) en el futuro, y dejamos de prestar atención al presente, nos fusionamos con el futuro, de manera que "lo sufrimos" aunque aún no haya pasado.

Y cuando pensamos en el doloroso pasado, aquello que ya ocurrió y está lejos en el tiempo, igualmente dejamos de atender al presente, y "re-sufrimos" la historia, aunque ya haya pasado.

Lo peor de todo esto es que cuanto más intentamos no pensar en el futuro o en el pasado, menos lo conseguimos...el locutor de radio mental es incansable.

Aunque realmente, no hay de qué preocuparse...por suerte podemos hacer justo lo contrario: de-fusionarnos de aquello que nos preocupa y nos impide realizar las cosas que realmente son importante para nosotros.


¿Que cómo lo hacemos?


...estad atentos a las próximas publicaciones, mientras tanto os dejamos una pista