Hace ya algunos
años se descubrió algo interesante: investigadores muy aburridos llevaron a
cabo un experimento consistente en acariciar ratones. ¿Ratones?, no, era broma:
¡crías de ratones!.
Concretamente, el
experimento consistió en coger dos grupos de crías: al grupo A le acariciaban
todos los días durante 1 hora (repartida en periodos de 5 minutos a lo largo
del día), y al grupo B…no se les acercaba ni su madre. Más tarde, cuando
crecieron, a ambos grupos los observaron mientras hacían cosas que todos los
ratones hacen: relacionarse con otros ratones, buscar comida en sitios
recónditos y explorar lugares nuevos y formas de escapar de sus jaulas para
desquiciar a los investigadores (sin duda).
Pues bien, los
ratones del grupo A, que habían sido acariciados de pequeños, lo hacían todo
muchísimo mejor: tenían más relaciones con otros ratones, encontraban comida
con mayor facilidad, y además exploraban lugares nuevos con menos reparos.
Pero como los
investigadores tenían su corazón no se olvidaron de los ratones del grupo B, y
aunque estaban ya creciditos también los manosearon una media de 1 hora por día
de la misma manera que a las crías del grupo A. Resultado: tras 20 días de
“magreo”, los antes tristes y torpes ratones del grupo B eran ahora alegres y
juguetones roedores, teniendo resultado muy cercanos a sus primos del grupo A
en cosas de ratones.
Este experimento se
llevó a cabo en humanos, y… ¿cuáles creéis que fueron los resultados?
Aún sabiendo
esto…es poco probable que tú, que lees, de repente te levantes y simplemente le
des un fuerte apretón de manos a alguien que tengas cerca, o la próxima vez que
saludes a alguien lo hagas de una manera un tanto más acentuada, o incluso
llegues a abrazar a alguien si tienes un poquito más de confianza. A pesar de lo que
sabemos (toda la “ciencia de la felicidad” que manejamos…), parece que no nos
atrevemos. “¿Qué pensará si le
cojo la mano de repente?”, “es raro”, “¿cómo voy a abrazar a alguien así sin
más?”, “eso es muy bonito pero nadie lo haría…sería raro…podría pensarse otra
cosa…”
Y ya, sí, tienes
razón: tienes demasiada razón. Es decir, te sobra razón, literalmente, razón en
exceso: ¿por qué no dejas un poco tu razón al lado?.
“Es que me puedo
sentir raro” o “es que eso no se suele hacer” o “nunca lo he hecho, ¿cómo lo
voy a hacer justo ahora?, sin venir a cuento”…
Que sí, que ya, que
sigue sin tener lógica. Es raro hacer eso porque nunca antes lo has hecho,
porque no se suele hacer; claro que, al fin y al cabo, nunca nadie se atrevió a
hacer algo diferente… ¿o me equivoco?.
¿Qué vas a hacer?,
con todo lo ilógico y lo raro y toda esa razón que tienes (reiteramos el exceso
de razón): ¿vas a marcar tú la diferencia?, ¿te atreves?.
Si tú no
te atreves…nosotros lo haremos en el próximo taller…y te
enseñaremos a atreverte.
José Olid