No es fácil comprender que el
miedo es tan necesario como limitante en nuestras vidas. Si no fuese por el
miedo, esa emoción primaria tan básica, no seríamos capaces de estar alerta
cuando hay algún peligro; no nos protegeríamos del mismo y terminaríamos siendo
víctimas de otros depredadores, accidentes, y un largo etcétera.
El problema comienza cuando se
nos activa la alarma del miedo y del peligro cuando realmente ahí afuera no hay
nada que temer. Es en ese momento cuando comenzamos a tenerle miedo a pequeñas
cosas cotidianas, o quizá no tan pequeñas, pero que en ningún caso nos deberían
atemorizar. Desarrollamos miedo a equivocarnos, a caernos, a hacer el ridículo,
a no ser suficientes, a no ser capaces... desarrollamos miedo a la vida.
Pero, ¿cuál es el detonante de
este miedo?: posiblemente, nuestra propia mente.
Nuestra imaginación, nuestras
suposiciones, nuestras preocupaciones racionales o irracionales, nuestras "rumiaciones"
sobre aquello que podría ocurrir, sobre los "y si..." sobre la
incertidumbre, sobre el futuro. El miedo es una bestia sencilla de encontrar y
difícil de dominar, y una vez que la divisamos de lejos parece que es
inevitable que nos alcance de alguna forma.
Pero, ¿cómo sería si aceptásemos
que ese miedo está ahí?, ¿podríamos llegar a vivir consintiendo su existencia?,
¿somos capaces de estar en paz y armonía con nosotros mismos conociendo todos los
peligros que hay ahí fuera?. La respuesta es sí. El miedo nos alerta de un
posible peligro, pero que nos domine o no es cosa nuestra. Nosotros tenemos la
capacidad de vivir el presente aceptando que el futuro es incierto, que pueden
suceder multitud de cosas y se pueden dar circunstancias de lo más diversas. La
diferencia la marca el hecho de saber vivir y sentirte pleno y feliz pese a
conocer eso, y poder decir en cada momento: estoy aquí y ahora.
Pero si estamos hablando de
miedo, no podemos dejar atrás la ansiedad, pues van cogidos de la mano. ¿Quién
no ha sentido ansiedad alguna vez?. Debemos entender que a lo largo del día hay
un montón de pequeñas situaciones estresantes que nos producen mayor o menor
ansiedad en función de su importancia. Pero estamos acostumbrados a vivir
aceptando esos pequeños inconvenientes, y ello no implica que nos entre el
pánico o que seamos presas del miedo.
Es por eso que no debemos
permitir que el miedo nos paralice. Debemos continuar caminando sin dejar que
nos agarre los tobillos. Y es que una vez que le permitimos tomar las riendas
de nuestra vida, lo único que vamos a conseguir es que sabotee nuestros planes
una y otra vez y no nos podamos realizar como personas. En este caso el miedo
pierde su función primitiva como sistema de protección y defensa y pasa a
convertirse en una serie de comportamientos y actitudes que elegimos llevar a
cabo ante la vida.
Pero entonces, ¿qué hacemos con
el miedo?, ¿qué le decimos si aparece?: pues simplemente, en lugar de perder
tiempo luchando contra él, debemos aceptar que forma parte de la vida sin que
eso conlleve que nos sesgue o nos limite en nuestras decisiones, ya que cuanto
más luches contra el miedo y más trates de controlarlo más grande y más
poderoso se va a hacer al dotarle de importancia.
Si no permites que el miedo te
paralice y continuas caminando, a menudo podrás darte cuenta de que aquello que
temías no era realmente ni tan peligroso ni tan feroz como para acabar contigo,
y es que debemos trabajar en aumentar la confianza en nosotros mismos.
Atrévete a intentarlo
Artículo escrito por Ángela Aznárez, Psicóloga y Sexóloga