Probablemente hayáis oído esta
palabra ya sea en ofertas de talleres psicológicos o en los medios de
comunicación. A pesar de estar muy de moda en la actualidad, esta práctica no
es nueva. Más bien se han redescubierto sus beneficios gracias a numerosos
estudios científicos, corroborando su aplicación milenaria en la cultura
budista. Su valor terapéutico es evidente, mostrando eficacia en el tratamiento
de la depresión, trastornos de la personalidad, trastornos alimentarios,
ansiedad generalizada, violencia, problemas de pareja entre muchos otros.
No
sólo es favorable para aspectos más puramente psicológicos como el control del
estrés, sino que ha mostrado mejorar la recuperación en patologías físicas como
dolor, cáncer o trasplante de órganos. Debida a su efectividad, muchas técnicas
terapéuticas actuales la incluyen como elemento central. A nivel educativo
representa una técnica complementaria muy interesante para mejorar la atención
y concentración de los niños, aunque todavía faltan datos concluyentes que la
avalen en este ámbito.
Ahora bien, ya sabemos los
efectos que tiene pero desconocemos lo que es. La primera dificultad es el
carecer de un término castellano para definir correctamente Mindfulness. Se puede confundir con la
meditación, si bien coincidan en ciertos aspectos no son equivalentes, siendo
el concepto de meditación más vago y difuso. Aunque no refleje todos los
matices, la traducción más aceptada ha sido atención plena o conciencia plena.
Parece muy complicado a simple vista, no obstante, lo más seguro es que todos
lo hayamos experimentado en numerosas ocasiones en nuestra vida cotidiana.
Cuando escuchamos nuestra canción preferida, sin hacer más nada sólo disfrutar
del ritmo, de la letra y se nos eriza los vellos de la emoción. Cuando nos dan
un beso apasionado y sólo existe esa persona y más nada alrededor, con la
sensación de que se ha parado el tiempo. Cuando nos permitimos comer una onza
de chocolate estando a dieta, la olemos, la saboreamos y la dejamos que se
derrita en la boca, sin hacer más nada que eso. En definitiva, cuando estamos siendo conscientes de lo que
estamos haciendo, pensando o sintiendo, estamos practicando Mindfulness.
Lo
que ocurre es que habitualmente nuestra mente esta vagando sin orientación de
una imagen a otra, de un pensamiento a otro. Sólo basta con cerrar los ojos
durante dos minutos y prestar atención a nuestros pensamientos. Veremos cómo
nuestra mente no para de hablar como si de una radio se tratará. De hecho
resulta sumamente fácil dejarnos llevar por esta voz convirtiéndose en
rumiaciones y preocupaciones, afectando gravemente a nuestro rendimiento en el
trabajo o impidiéndonos dormir. Intentar escapar de nuestros pensamientos
resulta imposible y puede desembocar en conductas impulsivas como consumo
excesivo de alcohol o drogas, atracones, agresividad hacia los demás, etc. con
el fin de reducir el malestar.
En este sentido, Mindfulness no
se refiere a dejar la mente en blanco, ni siquiera controlar las emociones,
tampoco estar tranquilos. Se trata de ser conscientes de lo que pensamos,
sentimos y hacemos, aceptando lo que nos
ocurre sin intentar controlarlo. Aunque resulte paradójico, consiste en no
hacer absolutamente nada, únicamente
estar aquí y ahora, sin interpretar, juzgar o valorar. Cuidado, no implica
dejarse llevar por las circunstancias, sino prestar atención de manera intencional con observación participante
implicando profundamente mente y cuerpo en la experiencia, eligiendo de forma
activa en qué implicarse, sobre qué actuar, mirar o centrarse.
¿Cómo
practicar Mindfulness? Se
puede hacer de dos formas: de manera informal con tareas de la vida diaria
(escuchar música, comer, lavarse los dientes, pasear, estudiar,…) o de manera
formal implicando un entrenamiento diario continuo con ejercicios específicos.
La técnica más utilizada, sobre todo al principio, consiste en centrar la
atención en la respiración, siguiendo
el ritmo de inspiración-espiración, sentir el aire que entra y sale de los
pulmones. Cuando la mente se aparta del objetivo volvemos suavemente a dirigir
la atención a la respiración.
La concentración de la atención
momento a momento implica un esfuerzo considerable al principio (persistir a
pesar de las intrusiones de pensamientos y emociones distractoras). No
obstante, con el tiempo se va convirtiendo en un hábito automático que no
requiere apenas esfuerzo. El equipo de Sara Lazar (2005) del Hospital General
de Massachusetts demostró cambios estructurales en el cerebro con la práctica
de Mindfulness. El único inconveniente es la constancia y disciplina que requiere esta práctica, pero los
beneficios son enormes al prepararnos para afrontar cualquier adversidad.
Sólo cuando la mente se
encuentra abierta y receptiva puede producirse el aprendizaje, la visión y el
cambio. (Jon Kabat-Zinn)
Nuria Azuaga
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