Dado que la Inteligencia Emocional es mi
campo de especialidad dentro de la Psicología, me parece apropiado comenzar mi
andadura en este blog escribiendo sobre ello; no obstante, en lugar de escribir
el típico texto introductorio a la materia, pensé que sería más productivo (y
entretenido, para qué negarlo) hablar sobre algunos de
los mitos más comunes al respecto, ya que los errores y las confusiones
sobre qué es un manejo inteligente de las emociones son alarmantemente
frecuentes.
Empecemos por
el principio; la inteligencia emocional,
según el modelo de Mayer y Salovey, podría
definirse brevemente como la habilidad para
percibir, expresar, comprender, utilizar y regular nuestras emociones y las de
los demás de forma efectiva. Existen otros modelos de inteligencia
emocional, pero cito éste por ser el que tiene mayor cantidad de evidencia
empírica y datos que lo respalden.
Además, por esa época
Salovey gastaba un bigotazo épico a lo Groucho que daba todo el buen rollo.
¿Mejor?
Visto así, parece sencillo,
¿verdad? Pues no lo es tanto; de hecho, existe una gran cantidad de mitos sobre
la inteligencia emocional, y a continuación trataré de desmontarlos a la vez
que profundizo un poco más en este concepto.
Hay emociones positivas y
negativas
Pensar que hay emociones
“buenas” y “malas” y que hay que buscar siempre las primeras mientras evitamos
las segundas es un error muy común; las etiquetas “positivas” y “negativas”
causan mucha confusión al respecto, por lo que yo veo más práctico y acertado
llamarlas “agradables” y “desagradables”.
Si bien es más placentero
experimentar unas emociones que otras, todas ellas son útiles y nos
proporcionan información que nos ayuda a sobrevivir; por poner un ejemplo, si
nuestros antepasados no hubiesen sentido miedo ante posibles depredadores
peligrosos, en lugar de huir de ellos y sobrevivir para perpetuar la especie
habrían acabado sirviendo como un rico aperitivo para una manada de tigres.
¿Qué quiero decir con esto?
Que, por muy desagradables que sean algunas de ellas, debemos estar abiertos a
experimentar todas las emociones y escuchar lo que nos quieren decir, ya que
ello nos ayudará a tomar decisiones adecuadas.
Si reprimo mis emociones,
se irán
Tal y como comentaba más
arriba, las emociones nos proporcionan información sobre nuestro entorno y,
cuando aparecen, se hace necesario escuchar, comprender y tener en cuenta dicha
información para tomar las medidas precisas; lo malo viene cuando intentamos
reprimirlas para no experimentar las sensaciones desagradables asociadas a
algunas de ellas, ya que las emociones son como el típico vecino pesado que
pega en tu puerta para pedirte sal… solo que no se aburre tras pegar un rato y
se va. Sigue pegando en la puerta una y otra y otra vez, incansablemente y cada
vez más fuerte. Lo mejor es abrirle y, dependiendo de lo que quieras, darle la
sal o no. Pero ignorarlo no es la solución, ya que seguirá llamando hasta que
abras.
O
directamente estrellará un coche contra el muro.
Con las emociones ocurre lo mismo; lo más
adecuado es escuchar lo que nos quieren decir y hacer lo que estimemos oportuno
con esa información, pero si intentamos reprimirlas seguirán ahí, llenando
nuestra mente de ruido e incomodidad, impidiéndonos seguir con
nuestra vida con normalidad y convirtiéndose en un enemigo cuando, bien
gestionadas, podrían ser un poderoso aliado.
Llorar es de débiles;
cuando estoy triste, lo mejor es distraerme y no pensar en ello
Un mito derivado de las
normas culturales que nos han inculcado desde pequeños (sobre todo a los hombres):
llorar es de débiles y es inaceptable. Y ser mujer tampoco te libra de los
estereotipos asociados a la tristeza, ya que si bien no se ve tan mal que una
mujer llore, el primer impulso de muchas personas al verse en una situación así
es conseguir que la persona deje de llorar a toda costa.
Aclaremos unas cuantas
cosas; por un lado, llorar supone un alivio brutal. Es como descargar todo
aquello que te atenaza en ese momento y sentirte liberado de ello. Además, tras
este desahogo, la tristeza nos predispone a la reflexión, a examinar los
recursos que tenemos para seguir adelante tras el evento que provocó esta
emoción (normalmente una pérdida, ya sea una defunción, una separación, ser despedido
del puesto de trabajo, etc.). Otra ventaja es que la expresión de la tristeza
provoca que los demás vengan a apoyarnos; lo malo de esto es que nos empeñamos
en que la persona deje de llorar y se distraiga. No, amigos, no. Dejemos a la
persona desahogarse y procesar esa emoción a su ritmo, y estemos ahí para
ayudarla a levantarse de nuevo tras este proceso.
Dawson
también necesita desahogarse. Aunque no sé si es por tristeza o por
estreñimiento.
Pero algo tiene que soltar.
Por otro lado y, en contra de la creencia enraizada desde
hace tanto tiempo de que llorar es un signo de debilidad, yo abogo precisamente
por lo contrario: estar abierto a sentir una emoción tan desagradable como la
tristeza con todas las consecuencias es, en opinión del que suscribe, una
muestra de fuerza mayor que dejar la tristeza a un lado, no estar dispuesto a
experimentarla y pretender parecer “fuertes” ante los demás, por no hablar de
lo dañino que esto resulta; como mencionaba más arriba, las emociones vienen y
van… a menos que no quieras tenerlas. En ese caso, no dejarán de pegar a tu
puerta, cada vez con más fuerza. Por lo tanto llorar, aparte de ser en muchas
ocasiones una muestra de valentía, es BUENO. No lo olvidemos.
Y hasta aquí la ración de mitos sobre inteligencia emocional. Próximamente,
más.
¡Saludos!
Jorge Reina López