En el día a día de
las relaciones humanas todos valoramos poder confiar en los demás; esto es así
hasta tal punto que a menudo afirmamos "lo hago porque confío en él",
"sé que me valora porque confía totalmente en mi" o "¿tú crees
que lo haría si no confiase en ti?".
Le damos valor a la
confianza, y no la otorgamos fácilmente: "si quieres que confíe en ti, me
lo tienes que demostrar", es lo lógico, ¿no?. Las personas deben ganarse
nuestra confianza, deben darnos motivos para confiar en ellas, porque no
podemos ir confiando en cualquier persona ya que el precio a pagar por confiar
en la persona que no lo merece es alto: esa persona puede decepcionarnos, puede
dañarnos.
Así que nos
aseguramos de que eso no pase no confiando a la ligera, estableciendo una
suerte de criterios bajo los cuáles nos fiamos de alguien: si se comporta así,
si dice aquello, si no dice lo otro, si se muestra auténtico, decimos. Pero
claro, aún así puede suceder que esa persona nos decepcione, nos dañe, y ante
eso la respuesta es clara: no tendría que haber confiado, ¡lo sabía!, nos
decimos muchas veces. Y re-ajustamos nuestros criterios de confianza: la
próxima vez estaré más atento, no tengo que confiar tan rápido, me lo tiene que
demostrar más aún.
Y solemos hacer
todo esto persiguiendo algo: la ausencia de error, la certeza de que aquella
persona en la que confiamos no nos va a decepcionar. Nunca. Jamás.
De esta manera nos
encontramos a quién nos dice que, como se ha llevado muchos palos, ya no confía
tan a la ligera; o quién nos cuenta que no se puede uno fiar de nadie porque
tarde o temprano te toman por imbécil.
Esto nos lleva a
estar cada vez más atentos, a protegernos cada vez más, y a confiar cada vez
menos, a que nuestra confianza sea más cara, más...escasa.
Teniendo todo esto
en cuenta... yo os propongo una alternativa, un cambio radical (de raíz, en su
origen).
Os propongo que la
confianza sea una opción de la cuál vosotros, y solos vosotros, sois
responsables. Os propongo, además, que asumáis la confianza como una elección
totalmente voluntaria y, además, una elección de vulnerabilidad.
Al confiar, os
propongo que lo hagáis aceptando de base que el error es posible, es más, que
el error es asumible. Que tengáis en cuenta que os merece la pena, o mejor
dicho, que os merece el coste posible: que aquello por lo que elegís confiar es
algo que valoráis lo suficiente como para estar dispuestos a equivocaros. Por favor, os animo
a que no busquéis fortaleza ni seguridad en el hecho de confiar en alguien, ni
busquéis confirmar expectativa alguna. Confiad, si queréis, y no confiéis si no
queréis: pero si lo hacéis, abandonad las armas, bajad las defensas.
Al principio quizás
os sintáis incómodos...es normal: estáis siendo vulnerables...pero no
pretendáis sentir la hierba fresca bajo vuestros pies si camináis con botas
para no magullaros con alguna que otra piedra.
Os lo pide alguien,
de manera vulnerable, que tiene los pies algo cansados...y que no deja de
disfrutar del camino.