Un exceso de trabajo, un
dolor de cabeza, una ruptura sentimental, recibir una multa, el diagnóstico de
una enfermedad… todas estas situaciones tienen algo en común: nos hacen sufrir,
y no hay nada que odiemos más que el
sufrimiento. En cuanto nos duele algo vamos corriendo a por unos
analgésicos. Los avances en la medicina y en la tecnología nos han permitido
comodidades significativas, lo que nos han vuelto, a su vez, menos tolerantes
al padecimiento. ¿Pero qué podemos hacer cuando nuestro dolor no es físico? Existen
innumerables emociones desagradables tales como la ira, la frustración, la
tristeza, la culpa, la preocupación… Cada uno de nosotros hemos generado
estrategias para esquivarlas tales como irse de copas para olvidar, tragárselo
todo y hacer como si no pasara nada, pagarlo con el primero que podamos para
descargar nuestro malestar… No nos engañemos, evitar padecerlas aliviándolas de
cualquier manera las hará más intensas y tarde o temprano sufriremos mayores
consecuencias negativas.
¿Recordáis el ejercicio
del oso blanco? Vimos como un pensamiento totalmente inocuo como es la imagen
de un oso blanco puede ser muy persistente en nuestra mente. Intentar evitar
pensar en él se convierte en una proeza que requiere un esfuerzo mental
substancial de distracción continua. En cuanto nos relajamos el oso blanco (o
el pensamiento desagradable) aparece de forma abrupta invadiendo nuestro
descanso. ¿Cuántas noches sin dormir por un problema que nos rondaba en la
cabeza del cual no podíamos deshacernos? Lamentablemente no podemos conectar y
desconectar nuestra mente a nuestro antojo. Nuestros pensamientos sobre el
pasado (p.ej. No debería haber hecho o
dicho…) o sobre el futuro (p.ej. le
estoy temiendo a mañana) nos están afectando en el presente impidiéndonos
disfrutar del sueño, de la comida, del descanso y de nuestro tiempo libre. La
persistencia y la continuidad de ese estado es lo que nos quema, no las
emociones y pensamientos desagradables que van y vienen.
¿Pero cómo debemos
afrontar los malestares entonces? Muy simple: no haciendo absolutamente nada. Con
esta noticia nos invade múltiples angustias: “¡No podré soportarlo!”. Pero poco
a poco nos vamos dando cuenta de que SÍ podemos y mucho más de lo que nos
imaginábamos en un principio. Al tiempo que soportamos la tristeza, sabemos que
ésta es pasajera, sólo debemos vivirla y elaborar nosotros mismos nuestros
duelos personales. A medida que afrontamos las pequeñas dificultades nos vamos
haciendo más fuertes para problemas mayores por el mismo mecanismo de las
vacunas, inyectándonos una pequeña cantidad de veneno nos hacemos resistentes a
él.
Para los más escépticos
de nosotros echaremos la vista a oriente en las enseñanzas budistas de más de
veinticinco siglos de historia basadas en una actitud profundamente
experiencial. Recientemente los estudios científicos han corroborado la
eficacia de estas prácticas de meditación enfocadas en la observación directa
de la mente y la realidad. La única crítica se refiere al elevado compromiso y
disciplina que requiere su efectividad, por lo que quizás no todas las personas
puedan beneficiarse de ella.
¿Quieres probar sus
beneficios? No hace falta que planees un viaje al Nepal, la ciencia te la trae
cerca de casa. Probablemente hayas escuchado hablar de Mindfulness, traducido
al español como atención o conciencia plena. Se trata de una práctica
terapéutica muy extendida entre las Terapias de Tercera Generación que consiste
en centrarse en el momento presente, en el aquí y el ahora, de modo activo y
reflexivo con carácter no valorativo y renunciando al control. Al fin y al cabo
vivimos ahora, en este mismo instante, el pasado pasado queda y el futuro ya
vendrá. ¿Para qué amargarnos sobre lo que ocurrió o puede ocurrir? Nos estamos
perdiendo la belleza de este momento, este instante. A modo de reflexión os
dejo una frase de la película “El guerrero pacífico”:
¿Dónde estás? - Aquí.
¿Qué hora es? - Ahora.
¿Qué eres? - Este momento.
Nuria Azuaga